viernes, 22 de mayo de 2020

Hombre Dejaba a su Mujer Dormida para abusar de su hija de 4 años en plena Cuarentena.

Para proteger su identidad y la de su hijita de cuatro años, llamémosla Marcela. Tiene 37 años, es empleada administrativa y, hasta hace una semana, compartía un departamento en la ciudad de Buenos Aires con quien durante 10 años fue su marido, Javier, y la hija de ambos, Charo.


Cuando empezó la cuarentena, Marcela nunca imaginó que se convertiría en la etapa más dolorosa y traumática que le tocaría atravesar: confirmó que Javier abusaba sexualmente de Charo . Y hace unos días, acompañada de una policía, Marcela llegó a su departamento con la orden de exclusión del hogar para él. Fue apenas el principio de un largo camino que les espera recorrer a su hija y a ella.

Convivir en familia las 24 horas, los siete días de la semana, lejos de "las corridas" que impone la rutina y las obligaciones laborales, la había hecho detectar algunas conductas que empezaron a llamarle la atención, a encenderle una luz de alarma que hace un tiempo titilaba tenue , casi imperceptible. La cantidad de tiempo que Charo pasaba en la cama con su marido mirando tele, el que se hubiera vuelto a hacer pis de noche, su irritabilidad, el llanto aparentemente sin motivo y otros cambios en su conducta, fueron los primeros indicadores de lo que supo después. "Al principio pensé que todo eso podría llegar a ser por el aislamiento, que era normal. Para todos se trataba de una situación nueva, distinta", explica Marcela.


La nena comenzó a quejarse de que le picaba y ardía la vulva unos días antes y su mamá la llevó a un pediatra al que no conocían. "Nos atendió a las apuradas", resume Marcela. El médico le diagnosticó una vulvovaginitis y cuando la chica, sentada sobre la camilla del consultorio, le contó que su papá la tocaba, el profesional no dijo nada. Le dio un antibiótico y las mando a su casa .

Le cuesta hablar. Le faltan las palabras. La vence el llanto. Sí puede decir que cuando lo confrontó a Javier, él no negó nada. Usó frases ambiguas, le dijo que ella "malinterpretaba todo", que nadie le iba a creer , que le iba a poner un abogado, que se olvidara de Charo. Desesperada, Marcela buscó en Google "abuso sexual contra niños y niñas" . No sabe bien cómo, pero dio con las psiquiatras que la asesoran y acompañan actualmente. Le dijeron que tenía que hacer la denuncia, que se acercara a una comisaría de la mujer. La atención que recibió allí estuvo lejos de ser la ideal: "Me preguntaron si estaba segura de avanzar, que tuviera en cuenta que lo iban a tener que sacar de la casa y que estábamos en cuarentena. De alguna manera, sentí que intentaban disuadirme", dice Marcela.


Pero ella lo hizo y consiguió la orden de exclusión. Todavía está "en schock". Le cuesta unir al hombre con el que se casó con el abusador de su hija. Su caso es uno entre muchos. Los especialistas consultados por LA NACION no solo coinciden en que el aislamiento aumentó la vulnerabilidad de los miles de niños y niñas para quienes su hogares está lejos de ser el lugar más seguro, sino que la convivencia hizo que muchos adultos protectores pudieran, de alguna manera, "agudizar la mirada", cambiar el registro, y detectar diferentes signos de violencia.

En ese sentido, Paula Wachter, fundadora y directora ejecutiva de Red por la Infancia , subraya: "Es como si se empezaran a caer capas de velos. En estos días, se triplicaron los llamados de mamás protectoras que sospechan que sus parejas pueden estar abusando de sus hijos e hijas: recibimos seis o siete por día".


Por otro lado, con las escuelas cerradas y los centros de salud concentrados en la atención de la emergencia sanitaria, la violencia contra los chicos y las chicas queda aún más invisibilizada , ya que se trata de dos espacios claves en la detección . Además, el aislamiento del grupo familiar donde se incrementaron los niveles de estrés e incertidumbre económica, no solo puede profundizar situaciones de maltrato preexistentes, sino promover las condiciones para que de desarrollen nuevas violencias, hoy más difíciles de denunciar.

Luis Urrutia, pediatra y coordinador general de guardias del Hospital Garrahan, enfatiza su preocupación por este tema. "Por distintas y justificadas razones, se ha recluido a los niños. Esto puede resultar útil desde el punto de vista epidemiológico, pero deviene en una pérdida importante de la vigilancia social para detectar las distintas instancias de maltrato y abuso", sostiene. Según el médico, esta vigilancia social conformada por familiares, vecinos, clubes, escuelas, centros de salud y servicios sociales, entre otros, es clave para "tornar visible este flagelo que existe en todas las sociedades y contextos socioeconómicos".


Solo un ejemplo. En el caso del Garrahan, las consultas disminuyeron entre un 60% y un 80%. Mientras que en en abril del 2019 se atendieron 300 en el Servicio de Ginecología Infantojuvenil y se detectaron ocho casos de abuso, el mes pasado fueron solo 60 las consultas y dos los casos. "Se infiere que seis niños o adolescentes están en su casa sin diagnóstico. Muchos llegan al hospital con dolores que no suelen vincularse con el abuso, y allí son detectados por nuestro equipo de profesionales", detalla Urrutia. Y sigue: "Hoy siguen en sus casas, en muchos casos, con sus abusadores. Están desprotegidos: es el lobo cuidando a las ovejas".

Para Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas y cofundadora del Centro de Asistencia y Prevención del Abuso Sexual en la Infancia y Adolescencia (Cepasi) , el rol del adulto protector es fundamental, ya que de su actitud frente al niño o la niña dependerá que estos puedan contar lo que les pasa o callar para siempre . Mostrarse enojado, angustiado o usar frases como "¿Por qué dejaste que te hiciera eso?", "¿Por qué no te fuiste o le dijiste que no?", contribuyen al silencio. En cambio, otras como "Fuiste muy valiente al contármelo", "Nada de lo que pasó es tu culpa", "Te vamos a ayudar para que esto no vuelva a pasar nunca más", son respuestas que marcan la diferencia.


La médica señala que es clave que los adultos tengamos "ojos y oídos lo suficientemente atentos" como para detectar los síntomas que los chicos van presentando. "La cuarentena, de alguna manera, puede 'desdibujar' algunos síntomas que pueden atribuirse al aislamiento. Sin embargo, no hay que negarlos o naturalizarlos cuando aparecen. Tenemos que aprovechar el tiempo de convivencia para estar más atentos, proteger a los niños, niñas y adolescentes, hacer la consulta y recurrir a las instituciones especializadas", sostiene.

Wachter suma que el contexto actual "dejó al desnudo" déficit estructurales de la políticas públicas que no pueden subsanarse en la emergencia. Por eso, reflexiona que es muy importante hacer un uso eficiente de los recursos disponibles en cada localidad. "Las autoridades locales, provinciales y nacionales deberían informar de forma clara y sencilla que es lo que está funcionando, dónde recurrir y qué solicitar a cada autoridad. Si los adultos necesitan contención o información adicional pueden recurrir a especialistas o organizaciones de la sociedad civil que los orienten y los ayuden a orientar la acción", recomienda.


Los referentes concluyen que, en esta pandemia, todos debemos cumplir nuestro rol de agentes de protección de niños, niñas y adolescentes. "Es importante detectar la situación de abuso, pero fundamental saber cómo actuar a partir de la detección para asegurarnos que nuestra intervención genere la protección y cuidado que necesitan los niños víctimas", dice Wachter.

Algunas señales de alerta:
Chicos que siempre se dejaban bañar o jugaban en el baño, de repente se niegan y dicen: "No quiero desvestirme o bañarme", o no quieren que se les toque el cuerpo.
Que tengan pesadillas.
Conductas de aislamiento o ensimismamiento, por ejemplo, que se queden en un rincón sin jugar.
Juegos sexuales con muñecos.

Que utilicen palabras impropias del lenguaje de un niño de su edad.
Que muestren señales de irritación en las partes externas de los genitales o en la zona perianal.
Manifestaciones emocionales como llantos ante cuestiones aparentemente sin importancia, angustias, enojos desmedidos, miedos que no estaban ante (como de separarse de la figura que el niño siente como protectora), miedos que no tenía.

Regresiones en cuanto a hábitos ya adquiridos, como el control de esfínteres.


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